Subamos nuestras mangas por nuestras familias

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Nota del editor: Alirio Estévez es maestro de Inglés como Segundo Idioma (ESL) en Siler City Elementary School. Recibió su primera dosis de la vacuna Moderna el viernes pasado con el Departamento de Salud Pública del condado de Chatham en Pittsboro.

Mientras hablaba, en mi mente se formaba la imagen de mi padre luchando para que el oxígeno llegara hasta sus pulmones. Apenas podía pronunciar dos sílabas. Yo estaba preocupado. Mi padre estaba tratando de comunicarme que tenía COVID.

Me sentí impotente. No había nada que pudiera hacer para ayudarlo. Mi padre vive a 2,000 millas de distancia en una ciudad de Colombia. Ni mis hermanos ni yo podíamos viajar ya que todos los aeropuertos de Colombia estaban cerrados al mundo. E incluso si pudiera, ¿qué haría? No tengo formación médica y mi presencia solo sería un estorbo.

El COVID se había vuelto personal. Se volvió aún más personal cuando en diciembre pasado una querida amiga mía falleció debido a esta pandemia. Mi padre sobrevivió. Ella no.

Mientras me preparaba para recibir la primera dosis de la vacuna Moderna contra el COVID el viernes pasado, pensé en mi amiga y en mi padre. Si esta maravilla de la ciencia y la tecnología modernas hubiera estado disponible hace tres meses, ella la habría tomado y estaría aquí con nosotros y con sus estudiantes. Mi padre no habría tenido que sufrir solo en su casa, rodeado solo por la televisión y periódicos. 

Me sentí culpable porque yo tendría el privilegio de ser inoculado contra este virus mortal mientras ellos no. Pero también me sentí emocionado porque esto significaba que la normalidad se estaba acercando. Significaba que nuestros estudiantes, mis estudiantes, regresarían a nuestras escuelas todos los días de la semana y mis propios hijos no tendrían que preocuparse por mi salud. También me daría la oportunidad de mostrarle a la comunidad lo seguras que son las vacunas contra el COVID.

Desafortunadamente, la información falsa ha prevalecido en estos tiempos de pandemia. Las redes sociales como Facebook, Twitter, TikTok, WhatsApp, entre otras, han amplificado las falsedades y las mentiras que han disminuido la confianza en la ciencia. Por ejemplo, mi madre, que tiene 67 años y le extirparon una parte del pulmón hace dos años, se mostró resistente a vacunarse porque sus amigos y familiares le dijeron que no era seguro, que causaba otras enfermedades.

Varios de mis alumnos me han dicho que sus padres no piensan en recibir la vacuna porque nadie sabe qué contiene. He escuchado informes de que algunas personas creen que las vacunas las harán infértiles. Incluso en California, un grupo contra las vacunas interrumpió un evento de vacunación alegando una serie de razones sin validez. Estas falsedades pueden tener graves consecuencias en nuestras comunidades, especialmente entre las minorías.

Los afroamericanos y los latinos se han visto afectados de manera desproporcionada por el COVID-19. Un alto porcentaje se ha enfermado, ha sido hospitalizado y ha muerto de esta enfermedad debido a la falta de seguro médico, bajos ingresos, trabajos de alto riesgo y racismo estructural. Debemos hacer todo lo posible para llegar a ellos y proporcionarles las vacunas que les permitirán volver a trabajar, estudiar y vivir con seguridad.

Como latino, sé que nuestra comunidad confía en los maestros. Si ven que los maestros tomamos la vacuna con confianza, se sentirán seguros. Confiarán en la vacuna y la ciencia. Estarán más dispuestos a recibir la vacuna cuando sea su turno. Dejarán a un lado sus reservas. Eso es lo que tenía en mente cuando recibí mi dosis. Quería mostrarles a nuestras familias que las vacunas son seguras y que nos llevarán a la normalidad.

Subamos nuestras mangas por mis estudiantes, nuestras familias y nuestra comunidad.